Hablar sobre Inteligencia Artificial (IA), por fácil que parezca, es realmente complicado. Nos referimos a que se ha empleado erróneamente el concepto desde su aparición, lo que conlleva a que su uso también sea incorrecto en la mayoría de las ocasiones.
Es importante señalar que la IA aún no existe como tal, es decir, no tenemos todavía máquinas autónomas que razonen y piensen por sí mismas.
Lo que es cierto es que debemos referirnos a ésta como Inteligencia Cognitiva Artificial, ya que piensa y actúa conforme a las experiencias que el humano le enseña.
Es un entrenamiento constante parecido al que se le aplica a un niño: primero le enseñamos a decir “mamá” o “papá” y le mostramos que son conceptos con referencia a la familia; posteriormente le compartimos cómo se dice “casa” o “carro” y la definición que tienen en la vida diaria. Lo mismo sucede con una máquina que aprende a través de la cognición.
Cuando los robots o las supercomputadoras piensen por sí mismos, su sistema neuronal funcione como el cerebro humano y comiencen a mostrar emociones, entonces la era de la verdadera Inteligencia Artificial habrá llegado.
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El mal empleo en la vida diaria
La robot Sophia, de nacionalidad saudita, es un claro ejemplo del mal empleo del concepto de la IA en la vida diaria. Por supuesto, es un reflejo o un adelanto futurista del cómo este tipo de tecnologías transformará el día a día de los seres humanos, pero la realidad es que es tan sólo un chatbot físico con entrenamiento plausible.
Incluso las palabras “chatbots” o “bots” se han expandido a velocidades increíbles, y en el mundo de los negocios nos han puesto a pensar que éstos llevan consigo una IA impregnada que, en realidad, se trata de una programación a base de árboles de decisiones, los cuales se forman a partir de una pregunta con posibles respuestas que deben ser planteadas de manera perspicaz, a fin de que el hilo de la conversación tenga congruencia.
La mayoría de las empresas a nivel mundial ahora cuentan con estas ventanas de chats que son “respondidas” por un asistente virtual, sobre todo para dar atención al cliente; sin embargo, la labor está muy lejos de ser considerada superinteligente.
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Los algoritmos tampoco son IA
El uso de estos números determina un conjunto de reglas que se aplican a otro tipo de supercomputadoras y que, quizá, se acercan tan sólo un poco más al objetivo verdadero de la IA.
El articulista de Singularity Hub, Thomas Hornigold, señala que “quienes trabajan en algoritmos, en primera instancia, encuentran que todo el debate sobre superinteligencia es prematuro, generando temor e incertidumbre sobre el trabajo que tiene el potencial de beneficiar a la humanidad. Otros incluso lo llaman una distracción peligrosa de los problemas muy reales que plantearán la estrecha IA y la automatización, aunque pocos realmente funcionan en el campo”.
Lo anterior evidencia que la aplicación de algoritmos sólo conlleva a que una máquina accione conforme a los patrones que se le han aplicado; es el claro ejemplo de cómo está constituida el chatbot Sophia.
En este sentido, Hornigold asevera que la tendencia de IA está rodeada de confusión y de ambigüedades, ya que es una exagerada combinación de marketing y de los acelerados avances tecnológicos que provocan una sobrevaloración sobre este concepto y sus funciones.
Incluso, subestimar lo que la Inteligencia Cognitiva Artificial logra actualmente, y cómo engañosamente se está vendiendo para que las empresas aceleren su productividad puede ser peligroso, debido a que nos bloquea la visión de los avances científicos y tecnológicos que están surgiendo entorno a la superinteligencia de las máquinas.
Al parecer aún estamos lejos de atestiguar la Inteligencia Artificial, tal y como lo muestra Hollywod, al tiempo…
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